- ¡André!, ¡ANDRÉ!
- Evrard tranquilo, dime, ¿qué ocurre?
- Es Pedro, está enfermo, apenas puede hablar, parece como
si le hubieran envenenado. Pero eso no es todo, en su misma situación se
encuentran otros diez hombres comendador, el médico cree que es el agua, todos
habían bebido de ella antes de caer enfermos.
- ¡Dios mío! Vamos, quiero ver a Pedro…¡Rápido!
Hacía dos semanas que los soldados de Alá habían conseguido
invadir la aldea y que los pocos aldeanos que habían conseguido sobrevivir al
ataque habían corrido al castillo para refugiarse y salvar su vida. Hasta ahora
habían conseguido aguantar el asedio, pero cuando André encontró al médico sus
ánimos se desvanecieron.
- Es el agua de los aljibes comendador, la han envenenados esos
hijos de Satán, y sin agua estamos perdidos.
- ¿Pero no tenemos ninguna reserva?
- Nada. Toda la que teníamos está corrompida
- ¡Maldita sea!, ¡Evrard ven, necesito hablar contigo!
André y Evrard se dirigieron a una pequeña sala que había
justo detrás del santuario de la Cruz. André no paraba de dar vueltas a los
escasos tres metros cuadrados que tenía la sala, parecía estar pensando algún
retorcido plan con la concentración con la que rezaba en el templo durante las
distintas oraciones del día.
- Hermano, no nos queda otra que arriesgar la vida de cuatro
hombres para salvar a la gente de esta aldea y seguir custodiando la Santa
Reliquia.
- Comendador, bien sabe que no son cuatro hombres los que
darían la vida por la Santísima Cruz, si no que todos los hombres que tenemos
el honor de custodiarla moriríamos por protegerla.
- Es por eso Evrard que nuestros cuatro mejores hombres
saldrán esta noche cuando la oscuridad sea máxima con un caballo y pellejos que
llevarán hasta el lugar en que se guarda el vino cada año tras la vendimia. Ya
que es mucho menos arriesgado que ir hasta algún lugar en el que haya agua
potable. Porque aunque este lugar esté alejado, tras sobrepasar la guardia
mora, si lo consiguen, no tendrán problema en llenar estos pellejos fuera de
cualquier peligro
- Yo seré uno de esos cuatro, comendador.
André aunque no quería que su mano derecha arriesgase su
vida en un momento tan difícil sabía que dijera lo que dijera este no se iba a
perder la oportunidad de jugarse la vida por defender la Cruz, tarea a la que
llevaba dedicando veinte años de su vida.
Durante todo el día estuvieron rezando los cuatro hombres
que iban a realizar la misión más peligrosa de sus vidas. Mientras, André
sentado en la habitación en que dormía se preguntaba si había mandado a cuatro
hombres a la muerte en una misión que si no fuera por la fe ciega que tenía en
la providencia de Dios pensaría que era imposible.
Hasta que a las dos de la madrugada, sin luna en el cielo,
lo cual hacía la noche mucho más propicia para la misión, se abrieron
sigilosamente las puertas de la muralla y cinco sombras y el sonido de unos
cascos chocar contra el suelo se deslizaron pendiente abajo hasta llegar donde
se encontraba la guardia mora.
Bien conocían el terreno para saber que por el sitio por el
que ellos intentarían escabullirse no habría más de cinco o seis hombres ya que
se trataba de un camino muy escarpado, estrecho y con barrancos a ambos lados
del mismo, pero con unos arbustos que bien podrían proteger a los cuatro
caballeros y al caballo de ser vistos. Y así fue, cuando llegaron al lugar de
la guardia pudieron ver, desde los arbustos, cinco hombres con túnicas blancas
y negras desarmados. Sus espadas estaban apartadas ya que llevarlas encima podría
ser muy incómodo además de poco productivo debido al poco peligro que había en
aquel estrecho paso.
- Capitán, ¿Por qué no atacamos por sorpresa y los matamos con
rapidez para no levantar la más mínima sospecha?
- No Gilbert, no me arriesgaré a que muera ninguno de
nosotros, lo haremos como habíamos planeado. José y tú iréis por aquel lado, Thomas
y yo iremos por este con el caballo. ¡Adelante!
Así consiguieron pasar sin que ningún soldado moro se diera
cuenta de su presencia, quizá porque tras unas horas de disfrutar de vino y anécdotas
de guerra estaban ebrios y adormecidos. Y tras veinte minutos de camino
consiguieron llegar al lugar donde se guardaba el vino, que seguía allí
intacto. Con prisa llenaron los cuatro pellejos de vino y los colgaron al
caballo, que en aquel momento pareció henchirse de orgullo como si tuviera
plena consciencia del papel que desempeñaba en todo aquello. Pero ahora quedaba
lo más difícil, volver a pasar el cerco moro, esta vez con los pellejos llenos
de vino.
Y tras desandar el camino y volver al lugar donde hacía algo
más de una hora estaban los cinco soldados hablando alegremente alrededor de
una hoguera, se dieron cuenta de que habían caído en el último embrujo del
vino, ese que tras alegrar parte de la noche sonrojando las mejillas del que lo
bebe hace que de repente te pesen cada vez más los párpados hasta caer en el
sueño más profundo. Esta vez Gilbert insistió con más ahínco si cabía a Evrard,
su capitán.
- Son cinco enemigos menos que derrotar si los matamos ahora
capitán, están completamente dormidos, no les dará tiempo ni si quiera a pedir
ayuda.
- Pero nuestra misión no es derrotar a ningún enemigo, es
impedir que los nuestros mueran deshidratados Gilbert, y no hay ningún tiempo
que perder.
Tras esta contestación Gilbert elevó la voz indignado para
contestar.
-¡Lo siento Evrard, pero no puedo permitir que estos cinco
sarracenos sigan vivos mientras…
- ¡TEMPLARIOS! ¡TEMPLARIOS!
Un soldado moro estaba de píe gritando alarmado mientras iba
a buscar las espadas, los gritos de Gilbert lo habían despertado y él ahora había
despertado a sus compañeros, así que a los cuatro templarios no les quedó más
remedio que disponerse a luchar tras una mirada de rabia y decepción de Evrard
hacia Gilbert. Pero justo cuando Thomas se disponía a lanzar su primer ataque
sobre un sarraceno desarmado que no le había dado tiempo ni a levantarse del
suelo se escucharon unos gritos que venían desde el camino por el que se
llegaba al lugar de donde cogieron el vino. Los gritos habían alarmado a otro
grupo de guardias que se dirigían hacía donde se encontraba el griterío.
- ¡Mierda! ¡Vamos, por vuestras vidas, coged al caballo y
corred, corred sin pararos por nada ni por nadie! ¡Si alguien cae seguiremos
hasta llegar al castillo!
Los cuatro templarios se agarraron con todas su fuerzas al
caballo, dos a cada lado, y el caballo como si supiera lo que tenía que hacer
comenzó a correr camino arriba hacia la muralla que ya se iba abriendo para
recibir el preciado vino y a los cuatro valientes soldados. Pero cuando apenas
llevaban unos segundos corriendo José sintió que se soltaba del caballo. Cuando
de repente vio a su lado agarrándole una sombra que le resultaba familiar, un
aldeano que había visto en la enfermería del castillo.
- Vamos José, no caigas ahora, para mi ya es tarde, pero ahí
arriba hay muchos hombres que necesitan ese vino para sobrevivir, agárrate a
ese caballo, corre, porque son muchos los que dependen de vosotros.
De repente José veía cada vez más sombras, todas chillaban,
todas se iban abriendo poco a poco a su paso dándoles el aire y los ánimos que
les llevaban cuesta arriba aunque les fallasen las fuerzas, cada uno de esos
gritos hacían que sus piernas se moviesen más y más rápido. Se dio cuenta de
que había nacido para ese preciso momento, para llevar a cabo esa preciosa misión,
la ilusión y la esperanza de mucha gente estaba en las manos de estos cuatro
valientes y era esa ilusión y esperanza la que les llenaba de aire los pulmones
para dar la siguiente zancada.
- ¡JOSÉ, JOSÉ! ¡8’630 SEGUNDOS, VAMOS PRIMEROS JOSÉ, VAMOS
PRIMEROS!¡ESTE AÑO ES EL NUESTRO, HAS CORRIDO COMO NADIE TIÓ, INCREIBLE
CARRERA!
José miraba el cronómetro con las manos en la cabeza,
mientras que otros dos corredores saltaban a su lado y le abrazaban mientras
que el cuarto entraba dando besos al caballo en el castillo. Apenas entraba en
su cabeza lo que acababan de conseguir. Un año preparándose para aquel mágico
momento sin saber si se iba a hacer realidad, y de repente se encontraba con un
8’630 dibujado en el cronometro y gran parte de la cuesta saltando y cantando
aquello de.
- ¡¡SÍ SÍ SÍ, ESTE AÑO SÍ!!
Que preciosidad cuando el sentimiento de toda una población se junta en un lugar tan reducido y con tanta tradición para rememorar un momento tan importante. ¡Que digan lo que quieran!¡Pero yo me quedo con las fiestas de mi pueblo!
Pablo Navarro Leante