lunes, 9 de abril de 2012

La magia de la tradición


- ¡André!, ¡ANDRÉ!

- Evrard tranquilo, dime, ¿qué ocurre?

- Es Pedro, está enfermo, apenas puede hablar, parece como si le hubieran envenenado. Pero eso no es todo, en su misma situación se encuentran otros diez hombres comendador, el médico cree que es el agua, todos habían bebido de ella antes de caer enfermos.

- ¡Dios mío! Vamos, quiero ver a Pedro…¡Rápido!

Hacía dos semanas que los soldados de Alá habían conseguido invadir la aldea y que los pocos aldeanos que habían conseguido sobrevivir al ataque habían corrido al castillo para refugiarse y salvar su vida. Hasta ahora habían conseguido aguantar el asedio, pero cuando André encontró al médico sus ánimos se desvanecieron.

- Es el agua de los aljibes comendador, la han envenenados esos hijos de Satán, y sin agua estamos perdidos.

- ¿Pero no tenemos ninguna reserva?

- Nada. Toda la que teníamos está corrompida

- ¡Maldita sea!, ¡Evrard ven, necesito hablar contigo!

André y Evrard se dirigieron a una pequeña sala que había justo detrás del santuario de la Cruz. André no paraba de dar vueltas a los escasos tres metros cuadrados que tenía la sala, parecía estar pensando algún retorcido plan con la concentración con la que rezaba en el templo durante las distintas oraciones del día.

- Hermano, no nos queda otra que arriesgar la vida de cuatro hombres para salvar a la gente de esta aldea y seguir custodiando la Santa Reliquia.

- Comendador, bien sabe que no son cuatro hombres los que darían la vida por la Santísima Cruz, si no que todos los hombres que tenemos el honor de custodiarla moriríamos por protegerla.

- Es por eso Evrard que nuestros cuatro mejores hombres saldrán esta noche cuando la oscuridad sea máxima con un caballo y pellejos que llevarán hasta el lugar en que se guarda el vino cada año tras la vendimia. Ya que es mucho menos arriesgado que ir hasta algún lugar en el que haya agua potable. Porque aunque este lugar esté alejado, tras sobrepasar la guardia mora, si lo consiguen, no tendrán problema en llenar estos pellejos fuera de cualquier peligro

- Yo seré uno de esos cuatro, comendador.

André aunque no quería que su mano derecha arriesgase su vida en un momento tan difícil sabía que dijera lo que dijera este no se iba a perder la oportunidad de jugarse la vida por defender la Cruz, tarea a la que llevaba dedicando veinte años de su vida.

Durante todo el día estuvieron rezando los cuatro hombres que iban a realizar la misión más peligrosa de sus vidas. Mientras, André sentado en la habitación en que dormía se preguntaba si había mandado a cuatro hombres a la muerte en una misión que si no fuera por la fe ciega que tenía en la providencia de Dios pensaría que era imposible.

Hasta que a las dos de la madrugada, sin luna en el cielo, lo cual hacía la noche mucho más propicia para la misión, se abrieron sigilosamente las puertas de la muralla y cinco sombras y el sonido de unos cascos chocar contra el suelo se deslizaron pendiente abajo hasta llegar donde se encontraba la guardia mora.

Bien conocían el terreno para saber que por el sitio por el que ellos intentarían escabullirse no habría más de cinco o seis hombres ya que se trataba de un camino muy escarpado, estrecho y con barrancos a ambos lados del mismo, pero con unos arbustos que bien podrían proteger a los cuatro caballeros y al caballo de ser vistos. Y así fue, cuando llegaron al lugar de la guardia pudieron ver, desde los arbustos, cinco hombres con túnicas blancas y negras desarmados. Sus espadas estaban apartadas ya que llevarlas encima podría ser muy incómodo además de poco productivo debido al poco peligro que había en aquel estrecho paso.

- Capitán, ¿Por qué no atacamos por sorpresa y los matamos con rapidez para no levantar la más mínima sospecha?

- No Gilbert, no me arriesgaré a que muera ninguno de nosotros, lo haremos como habíamos planeado. José y tú iréis por aquel lado, Thomas y yo iremos por este con el caballo. ¡Adelante!

Así consiguieron pasar sin que ningún soldado moro se diera cuenta de su presencia, quizá porque tras unas horas de disfrutar de vino y anécdotas de guerra estaban ebrios y adormecidos. Y tras veinte minutos de camino consiguieron llegar al lugar donde se guardaba el vino, que seguía allí intacto. Con prisa llenaron los cuatro pellejos de vino y los colgaron al caballo, que en aquel momento pareció henchirse de orgullo como si tuviera plena consciencia del papel que desempeñaba en todo aquello. Pero ahora quedaba lo más difícil, volver a pasar el cerco moro, esta vez con los pellejos llenos de vino.

Y tras desandar el camino y volver al lugar donde hacía algo más de una hora estaban los cinco soldados hablando alegremente alrededor de una hoguera, se dieron cuenta de que habían caído en el último embrujo del vino, ese que tras alegrar parte de la noche sonrojando las mejillas del que lo bebe hace que de repente te pesen cada vez más los párpados hasta caer en el sueño más profundo. Esta vez Gilbert insistió con más ahínco si cabía a Evrard, su capitán.

- Son cinco enemigos menos que derrotar si los matamos ahora capitán, están completamente dormidos, no les dará tiempo ni si quiera a pedir ayuda.

- Pero nuestra misión no es derrotar a ningún enemigo, es impedir que los nuestros mueran deshidratados Gilbert, y no hay ningún tiempo que perder.

Tras esta contestación Gilbert elevó la voz indignado para contestar.

-¡Lo siento Evrard, pero no puedo permitir que estos cinco sarracenos sigan vivos mientras…

- ¡TEMPLARIOS! ¡TEMPLARIOS!

Un soldado moro estaba de píe gritando alarmado mientras iba a buscar las espadas, los gritos de Gilbert lo habían despertado y él ahora había despertado a sus compañeros, así que a los cuatro templarios no les quedó más remedio que disponerse a luchar tras una mirada de rabia y decepción de Evrard hacia Gilbert. Pero justo cuando Thomas se disponía a lanzar su primer ataque sobre un sarraceno desarmado que no le había dado tiempo ni a levantarse del suelo se escucharon unos gritos que venían desde el camino por el que se llegaba al lugar de donde cogieron el vino. Los gritos habían alarmado a otro grupo de guardias que se dirigían hacía donde se encontraba el griterío.

- ¡Mierda! ¡Vamos, por vuestras vidas, coged al caballo y corred, corred sin pararos por nada ni por nadie! ¡Si alguien cae seguiremos hasta llegar al castillo!

Los cuatro templarios se agarraron con todas su fuerzas al caballo, dos a cada lado, y el caballo como si supiera lo que tenía que hacer comenzó a correr camino arriba hacia la muralla que ya se iba abriendo para recibir el preciado vino y a los cuatro valientes soldados. Pero cuando apenas llevaban unos segundos corriendo José sintió que se soltaba del caballo. Cuando de repente vio a su lado agarrándole una sombra que le resultaba familiar, un aldeano que había visto en la enfermería del castillo.

- Vamos José, no caigas ahora, para mi ya es tarde, pero ahí arriba hay muchos hombres que necesitan ese vino para sobrevivir, agárrate a ese caballo, corre, porque son muchos los que dependen de vosotros.

De repente José veía cada vez más sombras, todas chillaban, todas se iban abriendo poco a poco a su paso dándoles el aire y los ánimos que les llevaban cuesta arriba aunque les fallasen las fuerzas, cada uno de esos gritos hacían que sus piernas se moviesen más y más rápido. Se dio cuenta de que había nacido para ese preciso momento, para llevar a cabo esa preciosa misión, la ilusión y la esperanza de mucha gente estaba en las manos de estos cuatro valientes y era esa ilusión y esperanza la que les llenaba de aire los pulmones para dar la siguiente zancada.

- ¡JOSÉ, JOSÉ! ¡8’630 SEGUNDOS, VAMOS PRIMEROS JOSÉ, VAMOS PRIMEROS!¡ESTE AÑO ES EL NUESTRO, HAS CORRIDO COMO NADIE TIÓ, INCREIBLE CARRERA!

José miraba el cronómetro con las manos en la cabeza, mientras que otros dos corredores saltaban a su lado y le abrazaban mientras que el cuarto entraba dando besos al caballo en el castillo. Apenas entraba en su cabeza lo que acababan de conseguir. Un año preparándose para aquel mágico momento sin saber si se iba a hacer realidad, y de repente se encontraba con un 8’630 dibujado en el cronometro y gran parte de la cuesta saltando y cantando aquello de.

- ¡¡SÍ SÍ SÍ, ESTE AÑO SÍ!!

Que preciosidad cuando el sentimiento de toda una población se junta en un lugar tan reducido y con tanta tradición para rememorar un momento tan importante. ¡Que digan lo que quieran!¡Pero yo me quedo con las fiestas de mi pueblo!

Pablo Navarro Leante

No hay comentarios:

Publicar un comentario