lunes, 23 de julio de 2012

Anaia

Terminaba una tarde maravillosa. El sol empezaba a despedirse tras el horizonte, dejando un reflejo en el agua que junto al graznido de las gaviotas hacían que el paso de la tarde a la noche fuera casi tan melodioso como un cuarteto de cuerda interpretando Las Cuatro Estaciones de Antonio Vivaldi.

- ¿Pero entonces papá, puedo ser lo que yo quiera de mayor?

Anaia tenía 6 años recién cumplidos, y disfrutaba cada uno de los paseos que daba con su padre y su hermano mayor en el pequeño velero, que aunque rozaba la treintena se podría decir, gracias al cuidado que recibía, que apenas tenía 10 años, tenía el encanto que da el tiempo y la frescura de lo nuevo.

A Jordi, su padre, le seguían llamando la atención las inquietudes de Anaia. Ella nunca había querido ser astronauta o veterinaria, siempre había dicho que ella quería ser taxista. Pero no una taxista aburrida, como ella decía.

- Cariño, si luchas por lo que quieres podrás lograr lo que te propongas.

- Pero yo no seré como esos que sólo llevan a la gente de una calle a otra. Yo viajaré por todo el mundo con la gente que se monte en mi taxi.

Su hermano, que había permanecido callado durante toda la conversación, miró a Anaia con una sonrisa irónica dibujada en la cara.

- Claro tonta, y la gasolina del coche la pagarás con billetes del monopoli.

Antonio, el hermano de Anaia, siempre bajaba de las nubes a su hermana cuando a ella le daba por divagar sobre su futuro. Aunque Anaia nunca prestó demasiada atención a lo que su hermano le decía.

Ayer fue el 28 cumpleaños de Anaia. Yo hacía 20 años que no la había visto, y sinceramente, de no ser por la corona de cumpleañera que llevaba no la habría reconocido, era preciosa, y aún conservaba esa maravillosa sonrisa de cuando era una niña. Llevaba un vestido azul ceñido que quedaba justo por encima de las rodillas. Ella me reconoció en cuanto me vio. Pasamos casi toda la tarde juntos, excepto cuando llegaban nuevos invitados a los que recibía todo lo rápido que podía sin parecer maleducada o para las fotos de rigor con sus amigos y familiares.

Aquella tarde me contó como eran aquellos paseos en barco con su padre y su hermano, y su idea de ser taxista de mundo. Anaia ahora es profesora de estadística en la universidad, dice que es feliz y que ni en broma pasaría horas conduciendo para llevar a desconocidos a otros sitios. Le daba pánico la idea de que uno de esos desconocidos intentara hacerle daño.

- Cuando era niña recuerdo que creía que la vida sería perfecta con esta edad, y la verdad es que perfecta no ha sido nunca para nada. Pero siempre he sido feliz con lo que he tenido y eso es lo que me hace sentir viva cada mañana.

En ese momento acaricié su cara con las yemas de mis dedos hasta que sus ojos se posaron en los míos. Bésame, me dijo. Yo obedecí. El sol se despedía tras las montañas, una golondrina cantaba en la rama de un árbol y en aquel momento tuve la certeza de que yo también había sido feliz durante toda mi vida con lo que tenía.

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