viernes, 20 de abril de 2012

mi curiosa historia sobre la cordura

Catorce años acababa de cumplir. Siempre me habían parecido unos idiotas los niños que decían tener amigos invisibles. -Jamás se harán mayores- pensaba cuando Tomi me contaba cada día lo que había hecho la tarde anterior con estrella, creo que alguna vez llegó a contarme que se trataba de una mezcla entre un perro y un loro, aunque yo nunca entendí porque le había puesto el nombre de un bicho del mar.

Aquella tarde, como muchas otras, me senté delante del televisor para jugar a la videoconsola intentando hacer el menor ruido posible para que mi madre no me reprochase, como siempre que me veía ahí sentado, que nunca hacía nada, en realidad yo tampoco creía que hubiese mucho que hacer. Y como muchas otras tardes a eso de las cuatro y media sonaba durante un tiempo que yo creía exagerado el telefonillo, era Ernesto, un gran amigo de mis padres creo, no recuerdo bien desde cuando. Tenía un leve acento argentino, que sonaba bastante raro debido a su profundo acento murciano, y siempre tenía una barba bastante larga que tapaba la parte más baja de su cara, creo que también le gustaban mucho los puros, pero jamás llegué a saberlo porque mi madre odiaba el olor del tabaco y tenía terminantemente prohibido que nadie fumase en casa. Me llamaba mucho la atención lo sigiloso que era al entrar, además nunca se molestaba en saludar a mis padres ni siquiera era capaz de escuchar sus pasos por el pasillo, de repente estaba, ahí, mirándome, siempre conseguía hacerme reir con su saludo.

- ¿Ya estamos otra vez con el bicho ese?

Mientras gesticulaba de forma burlona mi manejo de los mandos de la videoconsola mientras pegaba pequeños saltitos primero con una pierna y después con la otra.

- ¡Ernesto, para, estoy apunto de pasarme la pantalla y me despistas!

El nunca había entendido mi frustración cuando intentaba algo por decimoquinta vez y no lo conseguía.

-Vamos Pablo, sabes que lo importante en esta vida no está dentro de una pantalla. Lo que tienes que hacer es estudiar.

Siempre lo repetía, era algo que me sonaba tan repetitivo que había perdido ya su sentido. Como esa sensación que tienes al repetir varias veces la palabra alfombra, una y otra vez, hasta que te das cuenta de que es una palabra rara, que si no fuera porque la estás diciendo tu mismo creerías que no la has escuchado en toda tu vida. Estudia, estudia, estudia...me decía. Es importante que estudies, que leas, que te formes con  interés, es la única forma de que "esos" no puedan manipularte a ti y a tu libertad de pensamiento. Algo que por aquel entonces me sonaba a cuento chino y a fantasías suyas, que además cuando le preguntaba por "esos" siempre me contestaba que hiciese lo que el me decía que me daría cuenta de todo yo sólo, y vaya si me dí cuenta.

Pero aquel día cuando Ernesto tenía la intención de salir por la puerta pasó algo que cambiaría toda mi vida.

- Cuidate mucho Pablo, y estudia, estudia mucho, no te rindas nunca.

- Siiii

Le reprochaba yo mientras intentaba concentrarme en la pantalla. Y justo antes de girarse para abrir la puerta me guiñó el ojo, algo que me dejó perplejo porque nunca antes lo había hecho, ni a mi nunca se me había ocurrido que pudiese llegar a hacerlo, aunque parezca algo normal, es una de esas cosas que nunca le había imaginado hacer.

-¿¡Qué haces jugando a la videoconsola!?

Era mi madre, estaba en la puerta, yo había pestañeado un momento y de repente la figura de Ernesto se había convertido en la de mi madre, que me regañaba desde la puerta, pero Ernesto había desaparecido de repente, era como si se hubiese vaporizado.

-¿Y Ernesto mamá?

-¿De que narices estás hablando Pablo?

- Ernesto mamá, Ernesto, estaba aquí hace un segundo y ya no está

De repente la cara de reproche de mi madre se transformó, estaba intentando disimular una risilla de estas que la gente expresa cuando algo le da ternura, como cuando ves por primera vez al hijo recién nacido de un buen amigo.

- Cariño, ya tienes catorce años, creo que ya va siendo hora de que dejes de jugar con amigos que no existen y centrarte un poco.

Creo que mi madre no se dió cuenta de lo que me estaba pasando por la cabeza en ese momento, porque de ser así no me habría dicho que apagase la televisión y que me pusiera a estudiar mientras cerraba la puerta. De repente me di cuenta de que jamás había escuchado a mis padres hablar con Ernesto, que nunca lo había visto fuera de las cuatro paredes de esa habitación y que no era capaz de recordar por qué ni cuando lo conocí. Creo que mi cara en aquel momento se podía camuflar con la pared que tenía detrás del sofá de lo blanca que llegó a estar. Yo tenía un "amigo de mis padres" imaginario, que además marcó toda mi vida de ahí en adelante.

Me costó meses saber lo que había pasado exactamente, pero ni siquiera ahora tengo total certeza de por qué yo veía a alguien que ni siquiera existía más que en mi imaginación, pero jamás desde entonces he vuelto a dudar de la cordura de cualquier persona por muy raros que fueran sus pensamientos o sus actos. Puedo pensar lo bueno o malo que puede llegar a ser bajo mi punto de vista, pero teniendo en cuenta que jamás yo poseeré la verdad absoluta.

Pablo Navarro Leante

7 comentarios:

  1. Me gusta mucho este comentario Pablo, pero ahora ¡¡¡PONTE A ESTUDIAR!!!

    Fdo: Mamá

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  2. Un artículo muy interesante, me gusta.

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  3. No vas a cambiar nunca mamá jaja

    y muchas gracias al anónimo:)

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  4. Hola Pablo, cuanto tiempo sin saber de ti, desde que cumpliste los catorce no sabemos nada el uno del otro.
    Un gran abrazo amiguito del alma.

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  5. Donde esta la linea que separa los paises. ¿No es imaginaria?
    Quien nos dice donde esta el limite de la cordura, ¿no es imaginaria?
    Los limites los marcamos nosotros. Un saludo.

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  6. ¡¡Ernesto!! ¿Dónde te metiste aquel día? Me dejaste quedar como un loco, jaja

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  7. Jose manuel, muchas gracias por tu comentario, que gran razón tienes. Pero lo peor es que hay personas que intentan imponer esos límites. Un abrazo

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