domingo, 25 de noviembre de 2012

Diario de ruta


Cuando por fin conseguimos estar decentes para presentarnos ante los compañeros para el desayuno ambos miramos por el balcón que había justo al lado de las escaleras y contemplamos una vez más la maravillosa explanada que quedaba más allá de las murallas de Morella, supongo que nuestras mentes divagaron por lo que allí podía haber ocurrido a lo largo de los siglos. Cuando bajamos al segundo piso encontramos todo en orden, “el Tronqui” soltaba demonios por la boca dirigidos a Juan “el pequeño” que al parecer había conseguido quitarle el palo de los ronquidos al primero y le había despertado a base de palos, como él mismo decía.Ya después, en el escaso desayuno (y era escaso porque según cuentan algunos, dentro de la algarabía de la noche anterior a alguien se le ocurrió sacar la comida, y como era menester la acabamos en cuestión de segundos) comprobamos que las quejas no iban dirigidas sólo a “el pequeño” sino también al supuesto desorden de la habitación de Paco y Guillermo, pero estos, al contrario que Juan, se mantuvieron al margen de las discusiones con su bien sabida tranquilidad y saber estar.

Ya con el estómago lleno, de manera que podíamos pensar con mayor lucidez, Paco, Juan “el Pequeño”, “el Tronqui” y yo fuimos a una de las tiendas del pueblo a por provisiones para la noche, que aún parecía lejana, pero que luego llegaría sin darnos cuenta.

Cuando volvimos a lo que ya considerábamos como nuestro hogar, nos esperaban Guillermo y Juan "el grande" con todo listo para visitar la Morella profunda, esa en la que se recogen las almas más viejas para que, al notar su presencia consigas trazar con líneas muy finas la vida que aquellos muros derruidos y habitaciones oscuras pudieron observar tiempo atrás. Fueron instantes de mágicas conversaciones y enrevesadas divagaciones que tuvieron lugar mientras, pese a las quejas por la inclinación y continuidad de la subida de los que habíamos trasnochado, conseguimos llegar hasta el punto más alto de la fortaleza. Observamos durante varios minutos, en un silencio disimulado por el viento, la grandiosidad de algo tan pequeño si se compara con el resto del universo. Hasta que un "!!Venga una foto¡¡" nos devolvió al preciso instante que nos regalaba el destino, pude observar como en nuestras caras se notaban los rasgos que da la felicidad de poder vivir estos momentos.



“Que si por fortuna pudiera elegir, elegiría vagar sin rumbo con mis cinco compañeros a lomos de nuestros preciados corceles, proyectando una eterna sombra en el continuo rodar del camino por andar.”

Pd: Si no escribí antes en el blog es porque esta es una pequeña parte de un relato que me ha costado tiempo escribir pero en el que están encerrados momentos que quedarán siempre en mi memoria.

Pablo Navarro Leante.


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